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Sus padres eran fabricantes de juguetes, pero las esculturas que Ron Mueck viene desarrollando en su carrera, poco se asemejan a esas otras simpáticas y lúdicas criaturas.
Perteneciente a la corriente de escultores hiperrealistas como John De Andrea o Duane Hanson, toma distancia y marca la diferencia con todos ellos en lo que refiere a la escala de sus obras. En su caso, no intenta copiar las proporciones de la escala humana, sino que inversamente busca escaparse de ellas, sobrepasándolas en exceso o empequeñeciéndolas.

La verosimilitud con nuestra especie es tal que no podemos creer el artificio que tenemos ante nuestros ojos. Los vemos más bien como exponentes cristalizados de una raza de gigantes o de liliputienses, tan vivos como nosotros mismos.

Si digo que las esculturas de Mueck poco tienen que ver con los muñecos que se venden en las jugueterías, del estilo de los que construían sus padres, es porque en este caso escapan a la mueca feliz, a la sonrisa imperecedera con que la mayoría de los muñecos vienen de fábrica.

Sus miradas, sus gestos, todo en ellos nos despierta una sensación intensa. Su presencia denota incertidumbre, miedo, esfuerzo, desorientación; todo aquello que un muñeco esconde y que jamás debe salir a la luz en el universo perfecto de las Barbies y los Ken.

En la muestra de Proa podemos ver un total de 9 obras. Los seres que las componen están inmersos en el silencio. Un silencio generado por el cansancio, la timidez, la sorpresa, el hastío o el sueño.

shoppingLa obra más reveladora de esta incomodidad poco feliz sea tal vez “Woman with shoppings”, donde una mujer lleva a su pequeñísimo bebé a la altura de su pecho  y cubierto con un sobretodo, ya que necesita sus manos libres para transportar las bolsas del supermercado. Ella mira hacia adelante, sin devolverle la mirada a su hijo suplicante; unas ojeras profundas y la palidez de su piel anuncian un cansancio acumulado por siglos.

El mismo silencio que proyectan sus obras es curiosamente el que se percibe instantáneamente en el documental que acompaña la muestra, dirigido por Gautier Deblonde y en el cual se muestra al artista trabajando incansablemente en su taller para concebir las obras expuestas en la muestra. A la hora de diseñar y modelar los cuerpos, el silencio tanto suyo como el de sus asistentes es prácticamente total, únicamente interrumpido por las voces de una radio de fondo. Desconocemos si ese silencio tiene como fundamento la concentración, la antipatía o simplemente la introversión del artista.

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Sin ser la más impresionante a nivel visual o en el impacto que genera en el público, la obra de mayor potencial emotivo es “Man in a boat”, un pequeño hombrecito de mediana edad (cuyos rasgos no puedo dejar de asociar a los de los chongos de Pablo Suárez) se encuentra completamente desnudo en un bote, que se presenta enorme en relación a su tamaño, perdido en el vacío de la gran sala que lo alberga, lo que convierte a la figura en aun más diminuta.  El hombre mira hacia adelante, con el ceño fruncido y apariencia hostil e incrédula. A pesar de que su mirada busca infundir temor en quien lo mire, despierta un sentimiento de fragilidad al verlo pequeño, desnudo e indefenso ante lo desconocido, probablemente perdido y sin herramienta alguna que lo ayude a salir de allí, de esa inmensidad desolada.

exhibition-ron-mueck-obras-9-bigAl ver estas piezas se vuelve casi imposible para nuestra mente detener la narratividad que nos generan y sugieren. Sus historias, sus precedentes y sus desenlaces se nos presentan inevitablemente contemplando a los personajes e imaginando qué es lo que los llevó a ese momento particular de su existencia.

Una parejita de adolescentes pasean juntos. Ninguno se atreve a mirar al otro, la vergüenza no los deja y la aproximación física es sutil y tímida, con todas las inseguridades propias de la edad. Se aproximan como quien descubre nuevos aspectos de su personalidad en el contacto con un otro, nuevos sentimientos, una nueva sexualidad.

El único personaje que aparenta un estado de bienestar es el hombre de “A la deriva”, quien echado en una colchoneta, flota sobre un muro azul que asemeja el agua, tomando sol y aparentemente sin preocupaciones que lo acechen, con sus gafas y su reloj que eligió no quitarse para en su desnudez mantener un símbolo que delate su status.

El documental exhibido resulta un gran complemento para aproximarse al proceso de producción de las esculturas. Vemos su modelado inicial en diversos materiales y tamaños, el cosido de los cabellos, la aplicación de la silicona, cuyas capas sucesivas conforman la piel; las estructuras internas que sirven de soporte, el coloreado.

Hace tiempo que dejaron de interesarme las obras cuyo eje (y tal vez única gracia) está puesto en la destreza técnica del artista. Aunque suene cruel, creo que lo que libera  a Mueck un tanto de esa carga de la sorpresa fácil y el truco atrayente, es la infelicidad y la incomodidad de sus personajes, que nos espejan y nos devuelven una mirada sobre nosotros mismos.

Despedimos a estas esculturas inmóviles, como esperando que caiga sobre ellos el soplo divino que las haga revivir, porque solo eso les falta para ser humanos, demasiado humanos.

Fundación PROA

Pedro de Mendoza 1929

De martes a domingo, 11 – 19 hrs

Hasta el 23 de febrer0

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