«Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia.»
(2 Macabeos 7:28 Biblia de Jerusalén)
Mark Ryden es uno de los artistas de la última generación que ha logrado traspasar los límites del campo artístico.Sus cuadros inmensamente atractivos se prestan para merchandising de todo tipo, remeras, reproducciones, etc. Su iconografía mezcla la supuesta ingenuidad de niñas pálidas que miran al espectador con ojos enormes y miradas suplicantes, con detalles netamente siniestros como miembros amputados, heridas chorreantes de sangres, animalitos que bajo una apariencia de bondad son capaces de actuar de forma despiadada. La tribus urbanas dark y gótica han encontrado en sus imágenes a un referente visual de peso.
Sin embargo no debemos confiarnos de una imagen que simula ser fácilmente digerible. En algunas de sus pinturas las capas de símbolos se superponen en una cantidad que parece infinita. Uno de sus trabajos más interesantes es “The Creatrix” (2005), cuyos 2,30m de altura se encuentran atravesados por una figura femenina coronada que domina la imagen. Esta mujer, “la creadora”, se asemeja a una encarnación de la Madre Naturaleza que dio lugar a todo organismo viviente que habita la Tierra. Posee un pequeñísimo bebe en sus brazos, a la usanza de la iconografía religiosa que retrata a la Virgen María con el Niño.
Con una disposición, una estructura y una paleta netamente renacentista, el fondo se compone de un paisaje riquísimo en imágenes. Hacia la izquierda del cuerpo femenino y representando el pasado, figuran los primeros momentos del desarrollo biológico del planeta. Los islotes y los cursos de agua que los rodean se encuentran habitados por dinosaurios. El reino de los reptiles se halla aun en su esplendor.
En el sector derecho de la obra, los dinosaurios ya han desaparecido, dejando lugar a un nuevo estadio evolutivo de las especies. Las aves y los mamíferos han hecho su aparición en sus variantes más primitivas y actualmente inexistentes, como los mamuts o los tigres dientes de sable. Hasta la vegetación ha cambiado radicalmente para mostrarse más abundante y con un grado de intensidad mucho mayor.
Como para recordar que todo cambia y todo muere, que ninguna especie tiene su lugar comprado en estas tierras y en cualquier instante puede desaparecer, un vanitas se sitúa en el extremo inferior izquierdo del cuadro. Un panal de abejas cumple la función de reloj, para mostrarnos que el tiempo es limitado y que las bellas rosas que florecen a su alrededor pronto han de marchitarse y morir, precepto con el que coincide el negro esqueleto que preside esta subescena.
El vestido acampanado de la Creadora es uno de los motivos más ricos de la obra y se encuentra abierto desde la cintura para abajo, dejando entrever en su interior, no un cuerpo humano, sino un espacio protoplasmático plagado de organismos. Flotan allí aquellos que fueron los primeros seres vivos: seres invertebrados, algas marinas, crustáceos, gasterópodos, peces y moluscos varios.
La figura que descoloca por completo al espectador dentro de ese mundo acuático es la de un Papa Noel, que con su clásica indumentaria roja y blanca posee en este caso cuatro brazos en cuyas manos sostiene elementos diversos. En una de ellas alza un tridente, que junto con la corona dorada que se posa sobre su cabeza y su abundante barba, lo asemejan a una especie de Poseidón. El tridente se constituye desde la antigüedad como la representación del conocimiento y la sabiduría; el primero puede utilizarse tanto con fines nobles como para otros malvados y es la segunda, la sabiduría, la que permite discernir el camino a tomar. En otra de sus manos lleva un filet de carne, comida producto de la cadena alimenticia. Una tercera, carga con la pequeña figura de un músico tocando el violín, una representación de las artes, un tipo diferente de creación. En su cuarta mano sostiene un dodecaedro, un poliedro de 12 caras (uno de los sólidos platónicos) en el cual aparecen símbolos que remiten a ecuaciones matemáticas.
El cinturón de Papá Noel está adornado con una serie de números: 3,14159… : Pi, (π). Este número irracional indica la relación entre la longitud de una circunferencia y su diámetro. Indagar el valor exacto del número Pi y alcanzar el mayor número de decimales ha sido una preocupación compartida por todas las culturas a lo largo de la historia, siendo utilizado en ecuaciones que describen los principios fundamentales del Universo.
El brocado dorado que delimita los bordes del vestido está cubierto de joyas que son en realidad insectos de todo tipo, escarabajos, abejas, cucarachas; invertebrados ancestrales que gracias a un importantísimo grado de adaptabilidad al medio han sobrevivido hasta el día de hoy.
La tela de la indumentaria, de una firmeza tal que asemeja una armadura, tiene como motivo decorativo las cadenas espiraladas que conforman el ADN, el ácido que contiene la información genética del todo ser vivo.
También en ese mismo borde del vestido, rozando el piso, está inscripta la frase en latín “creatio ex nihil”. En el discurso teológico, esa expresión se utiliza para referirse a aquello que ha sido creado a partir de la nada. San Agustín desarrolló su teoría según la cual Dios crea el mundo a partir de la nada, ya que antes de la creación no existía ni el tiempo ni la materia, que surgen simultáneamente. Por lo tanto, desde ese momento los seres vivos, imperfectos, se encuentran sujetos a los cambios que el tiempo impone.
De su pecho, a la altura del escote, penden diversas efigies y figuras. Un broche ostenta el retrato del presidente norteamericano Abraham Lincoln, uno de los personajes fetiches y predilectos de Ryden, presente en innumerables pinturas de su autoría. En el resto de los broches se encuentran representados los símbolos que reflejan a una amplia mayoría de culturas y religiones tanto de Oriente como de Occidente. Entre estos están el rostro de Cristo, la estrella de David, la cruz Anks de los egipcios; la media luna y la estrella, consideradas símbolos islámicos; el Om, signo sagrado del hinduismo y el budismo a través del cual Shiva crea y destruye el universo, origen y principio de todos los sonidos y palabras.
La corona que la reina porta en su cabeza lleva grabados en oro los 12 signos del zodíaco, determinados por la posición de los astros y determinantes a su vez de las eras sucesivas que miden míticamente el tiempo celestial y terrestre. El centro se ubica en Tauro. Para los egipcios y otras culturas que los antecedieron, cada 2150 años el equinoccio de la primavera se sucede en un signo diferente del zodíaco, cambio vinculado con el movimiento de la Tierra sobre su eje. Cada uno de estos períodos es considerado como una era, y a este movimiento astrológico se lo denomina «precesión de equinoccio», ya que las constelaciones van hacia atrás. La era de Tauro se sucedió entre 4300 Y 2150 AC., y finalizó con la aparición de Moisés, quien al bajar con sus tablas grabadas del monte Sinaí, da origen al espacio temporal que prevalece en el Antiguo Testamento. Su presencia marcaría el inicio de la era del Carnero, que a su vez finalizaría con el nacimiento de Cristo en la era de Piscis, dando lugar al año 0 de nuestro contador.
Todos los reinos animales y vegetales tienen su lugar reservado en el cuadro. El género humano aparece representado en un neonato, pequeñísimo bebe en los brazos de una madre, que en su tamaño y poderío todo lo abarca.
La línea temporal que traza la obra culmina con una alusión al futuro, cuando en el extremo inferior derecho vemos sobre los mosaicos cuadriculados un pequeño muñeco de rasgos humanos vestido de astronauta, en alusión a que una de las especies que habita este planeta ya no se conforma con él, sino que busca expandirse por fuera de su órbita. No casualmente el muñeco está sentado prácticamente apoyándose sobre el volado del vestido de esta Madre Naturaleza, en el que aparecen los símbolos utilizados desde la antigüedad para la representación de los planetas.
Esta es apenas una ínfima parte de la riqueza iconográfica que se hace presente en esta obra, que nos invita a demorarnos durante horas para descifrarla en su completitud, ante la complejidad y belleza de las imágenes que la componen y que la convierten probablemente en una de las pinturas más inspiradoras con las que me topé en mucho tiempo.