El viernes 31 de mayo se realizó el cierre de la tercera edición de la Bienal de Performance BP.19 en Fundación Cazadores. La última performance estuvo a cargo de Columna Durruti, un grupo de artistas escénicos compuesto por Maricel Alvarez y Emilio García Wehbi. Y su actuación no dejó a nadie indiferente.
Trabajando colaborativamente desde 2015, toman su nombre de una columna de milicias populares, de ideología anarquista, que participó en la Guerra Civil Española, la cual partió de Barcelona en 1936 con la intención de liberar Zaragoza. Estuvo comandada por el dirigente anarquista Buenaventura Durruti.
Desde entonces han desarrollado un número de performances con un procedimiento común. Sus obras se componen de un discurso inicial escrito por ellos mismos, de alto contenido teórico así como paródico y humorístico, para luego adentrarse en la destrucción de objetos vinculados a la temática central de cada uno de estos eventos. En el cierre se incluye también una coda que busca explicar la finalidad de la experiencia.
La trilogía inicial de trabajos con la que dieron lugar a las primeras performances de la Columna consistía en una crítica hacia la familia como institución y a las figuras estereotipadas del hijo, el padre y la madre.
En la primera de ellas armaron una presentación basada en conceptos de Charles Fourier, utopista francés del siglo XVIII, centrados en una crítica al hijo como sujeto de capital del capitalismo, articulando un discurso sobre la paternidad a partir de las ideas de mercado, de opresión, de dominación, de sujeción y de mandato. Para esa ocasión habían adquirido muchísimos juguetes de colección comprados en ferias de antigüedades, los cuales procedieron a destruir a martillazos ante el público una vez finalizado el discurso.
En la segunda performance se trabajó con el concepto del padre, y en este caso lo que se destruía era vajilla de cerámica con filigrana, teteras, platos, objetos que implicaban representaciones del comedor burgués. Todos los elementos pasaban por una prensa hidráulica y eran destruidos. Lo que primero se destruyó fue un busto de Marx.
La tercera se centraba en la figura de la madre y se realizó en la vidriera de la Fundación Osde mientras el público observaba desde la calle, al otro lado del vidrio. La escenografía consistía en armar un dispositivo de living burgués con un chaise longue, cortinados, espejos, pinturas. Lo que se destruiría serían espacios de dominación de la mujer. El acto finalizaba con la introducción de 200 pollitos en la escena, como imagen de la reproducción y la posibilidad de dar vida.
Poco tiempo más tarde tuvieron la oportunidad de realizar la trilogía completa en el Centro de Artes de la UNSAM. Se trató de 4 horas de experiencia, donde siguieron el mismo procedimiento de destrucción, variando el contenido y la información. El objetivo es siempre generar una situación de incomodidad y conmoción, pero sin exponer al público a ningún riesgo, por más que la sensación sea la contraria.
Otra de las acciones de Columna Durruti se llevó a cabo en el Teatro Cervantes, cuando en el evento por el 200 aniversario del nacimiento de Karl Marx, fueron invitados a hacer una lectura performática de una novela inconclusa escrita por Marx a los 19 años. Utilizaron entonces el material trasladandolo al procedimiento “durrutiano”: no sólo leyeron los capítulos escritos de la novela inconclusa, sino que mandaron a realizar un gran busto de Marx en arcilla, decorado con frutas y verduras, generando una especie de cuerno de la abundancia y construyendo una especie de obra de Arcimboldo sobre la imagen del ícono. comienza con la conferencia típica del encuentro entre intelectuales.
Bienal de Performance

La obra diseñada para la Bienal de Performance comenzó con un vernissage, el de una muestra que se había montado los días previos en la sala Imán de Fundación Cazadores. Una vez inaugurada la exposición titulada «Vida y muerte del concepto clásico de utilidad», el discurso se hizo escuchar. «¿Cuánto vale el arte? El límite es el cielo para una obra invaluable, en esta burbuja financiera que auspicia Chandon».
Con referencias permanentes al arte y la filosofía, el humor permite el acceso a los comentarios terribles que uno no quisiera escuchar y que no dejaron afuera a ningún agente del mundo del arte.
Como siempre indagan en los códigos que se despliegan en los mundos que quieren criticar, aquí se buscó poner en crisis o discutir cuáles son los parámetros y cánones en la relación entre arte y mercado desde la contemporaneidad. La idea fue destruir obras de arte que tuviesen valor no sólo simbólico sino valor real. Contactaron a una serie de artistas que coticen económica o simbólicamente, y que estuvieran dispuestos a donar una obra para ser destruida. Participaron 15 artistas, entre ellos Nicola Costantino, Diego Perrota, Marta Minujín, Marina de Caro, Aníbal Buede, Marcos López. Mariana Tellería, quién dio un instructivo para armar una obra, el grupo Etcétera y Roberto Jacoby que donó un poema.
200 personas asistieron esa noche al espacio de la Fundación, mientras un equipo de asistentes se encargaba de mover el público de lugar, ya que la acción se desarrollaba en distintos puntos del espacio, mientras los performers maniobraban con un hacha y masas de diverso tamaño destruyendo las obras.
En el acto final, luego de media hora de discursos en torno a la fetichización de las mercancías y el arte como fetiche, se realizó un remate con los restos de las piezas destruidas, el cual tenía una base de $10. El remate fue tan exitoso y se vendieron tantas piezas que hubo que interrumpirlo para dar por finalizada la performance.
En relación al acto realizado, sus protagonistas dirían luego: “No se trata de estar en contra de la institución, estamos dentro de la institución, somos parte de ella y tenemos el gran privilegio de cerrar la Bienal de Performance. De lo que se trata es de ver qué tipo de institución tenemos y queremos tener, construir una institución con modelos más amigables, más democráticos. más horizontales”.