¿Qué hace tan atractivas a las obras de Leandro Erlich? ¿Cómo se convirtió en el artista mainstream de la Argentina? ¿Cómo hace para desbordar hasta más allá de sus límites a un museo de arte contemporáneo con una convocatoria mayoritariamente profana en el campo artístico?
Probablemente la respuesta a estas preguntas sea su habilidad para entretejer sus obras con un elemento indisociable al género humano: la curiosidad. Un componente mágico se hace presente en la mayoría de sus instalaciones, espejismos, ilusiones ópticas, escenas fantasmales. El hiperrealismo de sus obras es crucial en estos casos, que una puerta sea una puerta y no la representación de la misma o algo que se le parezca.
Es esta búsqueda de verosimilitud la que lo une con el campo del cine, relación que queda en evidencia en la exposición que puede verse en la galería Ruth Benzacar hasta el 20 de julio, en la cual convirtió el espacio expositivo en la antesala a una proyección cinematográfica. Encuentro que más que la referencia a algún director, una película o una escena como suele señalarse al hablar de su obra, es un procedimiento común lo que lo liga al cine, generar un espacio lo más real posible para permitirle al espectador involucrarse con el relato y creer lo que está viendo, a través de la articulación de dispositivos que construyen un alfabeto visual reconocible y que permiten al espectador descubrirlos progresivamente.
Disiento con aquellos que se refieren despectivamente a Erlich como un ilusionista. En primer lugar, gran parte de los artistas en la historia lo han sido. Los artistas han generado todo tipo de estrategias para engañar nuestra vista y salirse de un soporte bidimensional considerado como limitante o insuficiente: desde la perspectiva lineal, el trompe d’oeil y más cercana a nuestro tiempo, la realidad virtual. Los escultores han sabido confundirnos con las texturas o la versatilidad y maleabilidad de los materiales que utilizan. Rechazar a un artista por hacer uso de esa estrategia implicaría volverse con el mismo ahínco contra todos sus antecesores.
Además, si algo distingue a Erlich de otros artistas que siguen un procedimiento similar es que sus obras llevan implícito a la vez tanto el truco como su develación. Deja a la vista los mecanismos que lo conforman. Las obras suelen plantear una instancia de sorpresa, para ir acompañadas de un subsiguiente descubrimiento. Acción que genera una inocultable satisfacción, porque nos devuelve el control y la sensación de que podemos comprender las cosas que suceden a nuestro alrededor.
Las obras de Erlich nos llevan a repensar constantemente el concepto de lo imposible; son para él un medio para desafiar los límites que la realidad pueda imponer pero que no está dispuesto a aceptar.
”Liminal”, la exposición que inauguró el 4 de julio en el MALBA es su primera retrospectiva en Buenos Aires. La gran mayoría de estas instalaciones han conformado una muestra en sí misma, por lo que se convierte en una gran ocasión para ver un cuerpo de obra integrado por gran cantidad de piezas y conocer mejor el recorrido que ha transitado a lo largo de sus últimas dos décadas de trabajo.
Leandro Erlich estudió Bellas Artes y más tarde Filosofía y Letras, dejando ambas carreras inconclusas. Tendría un recorrido menos académico y más práctico cuando gana una beca del FNA, eligiendo como tutor a Luis Felipe Noé. En esos momentos germinales, Erlich se inclinaba por la pintura y consideraba a Noé como un maestro en el rubro. Noé, en vez de someterlo a una clínica de obra o una clase tradicional, lo invitaba sábado tras sábado a un bar, y mientras tomaban cerveza, lo iniciaba en el mundo del arte de la manera menos convencional.

Con Fundación Antorchas viajaría más tarde a Estados Unidos, donde lo invitan a participar en la Bienal de Whitney, exhibiendo una primera versión de “Swimming pool”, obra con la cual sería el encargado de representar a la Argentina junto a Graciela Sacco en la Bienal de Venecia del 2001. Es esta obra la que puede recorrerse en el subsuelo del MALBA, junto a una versión abreviada de los Botes, una instalación expuesta hace poco tiempo atrás en MUNTREF – Museo de los Inmigrantes.
Otra de las instalaciones que más convoca la atención y participación del público ha sido la peluquería. Dos salas contiguas ambientadas con todo tipo de objetos de embellecimiento, con los correspondientes sillones que nos invitan a tomar asiento mientras esperamos que el personal aparezca. La sorpresa comienza cuando en vez de ver nuestro reflejo en los espejos, nos encontramos con el vacío, y en su defecto con un reflejo que no coincide con el nuestro. Del desconcierto inicial, las sensaciones subsiguientes pueden ser las más variadas, desde la risa a la incomodidad de no encontrar nuestra imagen, la experiencia física de haber dejado de existir, la perdida de la identidad al ver que otro, un extraño, ha tomado nuestro lugar.
La participación que Erlich plantea en sus obras no es sólo una interacción espectador-obra, sino más bien una interacción de los espectadores entre sí, que nos lleva indefectiblemente a preguntarnos sobre ese otro, e incluso a sentir cierta incomodidad, mientras las instalaciones provocan que ese diálogo se genere.
Quien está arriba de la pileta ve y fotografía al que está debajo y eventualmente se saludan. La interacción espontanea entre extraños que se encuentran es un ingrediente fundamental en esta exposición, forma parte de la articulación de la obra y nos lleva a evidenciar que en definitiva, el otro no es más que uno mismo.
Leandro Erlich en Buenos Aires:
- «Próximamente«, Galería Ruth Benzacar, Ramírez de Velasco 1287. Hasta el 20 de julio de 2019.
- «Liminal«, Museo de Arte Latinoaméricano – MALBA, Figueroa Alcorta 3415. Hasta el 27 de octubre de 2019.