El concepto

Desde principios de junio y hasta el 24 de noviembre se está llevando a cabo la edición nº 55 de la Bienal de Venecia, el evento que junto con la Documenta de Kassel digita los latidos del arte contemporáneo internacional.

A sus históricas sedes de Giardini y el Arsenale se han agregado decenas de otros puntos esparcidos a lo largo de la ciudad, exhibiendo la obra de más de 150 artistas. Las exposiciones se distribuyen entre los pabellones nacionales y las muestras a cargo del curador elegido para esta edición, Massimiliano Gioni, cuya selección de obras ha girado en torno a la temática de “el Palacio Enciclopédico”, la idea de un museo imaginario destinado a reunir el saber de toda la humanidad.

El titulo proviene de una obra realizada por el artista autodidacta Marino Auriti, el proyecto de la construcción de un museo destinado a albergar el conjunto de conocimientos creados. La maqueta de esta construcción de 136 pisos y 700 m de altura, es una de las primeras obras con las que el visitante se confronta a los pocos pasos de haber ingresado a la bienal.

De la misma forma en que no todo el conocimiento del mundo surge de filósofos, inventores o gente supuestamente capacitada, sino que las ideas son patrimonio de toda la humanidad, Massimiliano Gioni considera que los objetos artísticos no provienen unilateralmente de los sujetos considerados como artistas. Las exhibiciones propuestas buscan expandir esta concepción incluyendo un buen número de obras generadas por colectividades, seres aislados en instituciones psiquiátricas, objetos de uso ritual y pinturas tántricas realizadas por autores desconocidos; personas que practicaban alguna actividad artística como hobby o como obsesión dentro de su hogar cuyas obras nunca vieron la luz mientras vivió su creador. Todo este amplio abanico es expuesto por primera vez en muchos casos ante los ojos del público de la Bienal.

Estas incorporaciones de objetos no concebidos originalmente como artísticos se debe a la consideración de Gioni acerca de que la definición de arte se encuentra aun demasiado limitada y sobretodo en relación a que el arte contemporáneo no puede entenderse y aprehenderse más que poniéndolo en el vasto contexto de la cultura visual.

No hay distinción entonces entre el arte y el no arte, ya que todos los expositores colaboran al repertorio de imágenes y del saber. A pesar de que una decisión semejante, vinculada a la anacronía de muchos de los artistas expuestos, la idea según la cual la Bienal refleja la producción artística contemporánea se remonta recién a la década de 1990, ya que las ediciones anteriores incluían con naturalidad obras del pasado.

Las obras

Una de las obras más interesantes de la Bienal fue el video de Harun Farocki“Transmission”.Farocki realiza una especie de documental en el que hurga en una extensa serie de rituales y usos de carácter religioso, establecidos por la costumbre y la tradición y que se divulgan entre turistas del mundo entero. Recorre con su cámara espacios y monumentos alrededor de los cuales determinadas leyendas dictan el comportamiento que hay que adoptar al encontrarse allí y que se contagian por imitación entre todos los presentes. Aparecen así la boca de la verdad, en Roma, dentro de la cual se supone hay que meter la mano; una tumba  en cuya losa los visitantes apoyan la mejilla; los empujones por tocar los pies de la estatua del Apóstol en San Pedro; la huella del diablo en la Frauenkirche de Munich y el monumento en el campo de concentración de Buchenwald; el Vietnam Memorial en Washington, un muro de granito negro grabado con los nombres de todos los 58.249 estadounidenses muertos en la guerra de Vietnam, donde  las miles de personas que lo visitan cada día tocan las letras talladas.

El efecto de copiar el comportamiento entre unos y otros parece producto de una especie de contagio, o tal vez del miedo de quedar fuera del aura protectora que pareciera proporcionar el cumplimiento del ritual, de quedar como un profano que mira desde afuera lo que sucede sin poder entenderlo ni formar parte.

Ver la sucesión de todos estos lugares sagrados, estos comportamientos automatizados cuya validez o absurdo jamás se discute, ni se reflexiona sobre ellos, ni se brinda ninguna explicación para entenderlos más que la costumbre arrastrada generación tras generación, nos deja con la impresión de que el género humano actúa de una forma mucho más irracional que lo que jamás estaría dispuesto a reconocer. Después de todo, de la racionalización que nos (persigue) desde el siglo de las luces en adelante, el pensamiento mágico no ha desaparecido del todo, como Weber nos quiso hacer creer. Farocki nos muestra como sigue ahí, bien patente dentro de cada uno de nosotros.

Entre los artistas internacionalmente más relevantes se encuentra Ai Wei Wei, uno de los mayores representantes del arte chino en el mundo, país que paradójicamente, solo reniega de su existencia. Fue el pabellón alemán el que lo convocó como artista invitado, y ante la prohibición del gobierno chino de abandonar las fronteras de su país, fueron artesanos coterráneos suyos quienes se desplazaron hasta Venecia para desarrollar la instalación “Grapes”.  La misma consistía en una inmensa red de 886 taburetes de tres patas que constituían muebles muy típicos y estándar, presentes tanto en las habitaciones chinas como en las casas tradicionales de té, ensamblados entre sí utilizando técnicas ancestrales. Como si la madera que constituye en material principal de estos bancos retomara sus orígenes, una especie de árbol imposible se alza sobre la cabeza de los visitantes, que puede deambular por su interior.

El pabellón del IILA (Instituto Italo- Latino Americano), curado por Alfons Hug y Paz Guevara resulta una de las conjunciones de obras más destacados, reuniendo en un mismo espacio trabajos de artistas italianos y latinoamericanos, bajo el nombre exhibitivo de «El atlas del Imperio». Muchos de ellos ya han estado presentes en la Bienal de Montevideo 2012. Reencontramos allí los cacharros de arcilla de Sonia Falcone, rellenos con montañas de especies de colores que embargan por completo el aire de la sala, percatándonos de su presencia incluso desde antes de ingresar al espacio. Estos montículos son percibidos a la distancia como una especie de panal de abejas o como una serie de píxeles que componen un campo de color.

La joyita de la sala es el video «Los Andes», que viene acompañado por una instalación en el piso y que fue realizado por los artistas chilenos Joaquín Cociña y Cristobal León. Con un sonido un tanto opacado por otros videos colocados de manera excesivamente contigua, el video de 3 minutos y (realizado) en stop motion sigue la saga de «Lucía» o «Luis», otros cortos de los mismos artistas producidos en los años precedentes. Una voz susurrante cuenta la historia de una civilización, la más poderosa, cuya sangre se encuentra en la Cordillera de Los Andes, y que una vez que reencontremos la conexión con esta antigua fuerza, el mundo cambiará para siempre. Con un mensaje de reivindicación latinoamericana por sobre la supuesta superioridad del hemisferio norte, León y Cociña impactan con los elaboradísimos efectos que componen y descomponen ininterrumpidamente las imágenes de su película.

También se exhibía en el marco de esta muestra un video del uruguayo Martín Sastre, que tomó como locación el Banco de la República que sirvió de sede para la bienal de Montevideo. En él, un aparente ladrón se escabulle ágilmente hacia las cajas fuerte, para finalmente extraer de allí un perfume producido con las flores cosechadas en el jardín del presidente Mujica.

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