cezanne peaches

Nuestra relación con la comida hace mucho tiempo atrás que dejó de ser puramente instrumental. Si bien comemos para saciar nuestro apetito, conseguir nutrientes y energía, esto ya no es lo único que buscamos a la hora de sentarnos a la mesa. Nos atrae la búsqueda de placer, de exotismo, de innovación.

La comida simboliza la vida y rige buena parte de nuestros pensamientos y acciones diarias. Fantaseamos con platos que quisiéramos comer, nos antojamos con un asado cuando pasamos por una parrilla y el olor nos resulta irresistible; deseamos probar cada nuevo postre y golosina que muestra la televisión.  Los artistas no son indiferentes a uno de los mayores placeres que embriagan al género humano y numerosas obras a lo largo de toda índole le han sido dedicadas al mundo gastronómico.

En esta sección de Temporada de Relámpagos nos dedicaremos a explorar algunas de estas obras en donde el arte y la comida se funden. Algunos de los géneros más famosos dentro de la pintura se han centrado en productos comestibles.

Probablemente una de las obras más antiguas en donde un elemento comestible fue representado haya sido en el caso de las famosas uvas de Zeuxis. Cuenta la historia relatada por Plinio el Viejo que en el siglo V a.C. se realizó un concurso entre los artistas más reconocidos de Atenas. Uno de los contendientes era Zeuxis, quien para la ocasión prepararía una pintura protagonizada por las uvas más míticas de la historia del arte. Tan realistas y sabrosas parecían que los pájaros se estrellaban contra la obra, intentando comerlas.

El género por excelencia en el que la comida hace su aparición como centro de la obra ha sido siempre la naturaleza muerta o el bodegón. Frutas, verduras, carnes, pescados en todos sus estados de cocción; vinos, bebidas varias, quesos, panes. Si hacemos una estadística temática, decididamente la comida es una de las elecciones principales a la hora de realizar una obra (especialmente en la pintura, pero no de manera excluyente, como ya iremos viendo a lo largo de esta sección).

Hoy, como introducción, y adentrándonos en este género, el más obvio tal vez, nos centraremos en las frutas de Cezanne.

En sus últimos años Paul Cezanne ha trabajado intensamente en los bodegones, siendo una de sus temáticas más desarrolladas y dejando centenares de ejemplares, alguno de los cuales se han convertido  en sus obras más significativas.

Naturaleza muerta con Manzanas y Naranjas (1899)

Cezanne fue contemporáneo de un impresionismo que comenzó el camino de retirada de la copia mimética de la realidad, para aportar una visión del mundo renovada. Para el retrato perfecto ahora estaba la fotografía, que no mentía, disimulaba ni embellecía, todo se revelaba de la forma más exacta posible. La pintura debía tomar otro rumbo si quería mantener su privilegio. Paul se contagio de esas ideas y las llevó aun más al extremo que sus antecesores.

Cherries and Peaches

Sus frutas, exuberantes y jugosas, se despliegan en manteles, fuentes, platos, canastas. No poseen la perfección hiperrealista a la que la pintura nos tenía acostumbrados hasta ese momento, pero eso a Cezanne le importa muy poco. Él prefiere captar sus formas, la intensidad de su sabor por medio de sus estudios de color.  Sus búsquedas cromáticas nos transmiten irremisiblemente las texturas de estos frutos, la suavidad de los duraznos maduros, el brillo lustroso de las cerezas recién lavadas. Su frescura está ahí, latente, ante nuestros ojos, intentando subyugarnos y despertarnos el apetito. Con una sensualidad acrecentada por los pliegues y las ondulaciones de los manteles que las sostienen.

Las naturalezas muertas de Cezanne, destruidas por la crítica y el público en el momento de su concepción, se convirtieron con el tiempo en los más vivos y reconocidos exponentes del género, apropiados años más tarde por muchos otros artistas que reconocerían su valor, los homenajearían y reelaborarían en numerosas oportunidades.

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