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El eterno retorno del deseo

El deseo nunca es simplemente el deseo por cierta cosa. Siempre conlleva también el deseo por el deseo mismo, el deseo de continuar deseando. Sin embargo, señala Zizek pensando en Lacan, el objeto de deseo suele verse mediado por un obstáculo perturbador para que su consecución sea perfecta.
Buscamos que el obstáculo desaparezca, sin darnos cuenta que en realidad el deseo sólo es posible gracias a él.

Dolores Casares nos enfrenta al obstáculo. ¿Qué es esa pantalla, esa interfaz que nos mezquina información? Deducimos algunos elementos imprecisos, luces y sombras cambiantes, pero queremos más.

“Homenaje a Tanizaki” se llama la obra, un escritor que desarrolló la teoría de que en Oriente la oscuridad es la condición indispensable para apreciar la belleza. Lo esencial está en captar el enigma de la sombra, el valor de los contrastes en el juego sutil de las modulaciones de luz.

Japón siempre tuvo un tratamiento de lo erótico más fluido y desinhibido, alejado de la moral judeocristiana de Occidente. En ningún lugar esa característica se manifiesta mejor que en la literatura. Tanizaki desplegó un estilo inquietante, con una narrativa poblada de sujetos deseantes. Sus cuentos nos conducen inevitablemente a “La novela de Genji”, de Murasaki Shikibu, la narración más importante en la historia de la literatura japonesa. Un príncipe cuya belleza le valía el apodo de “El resplandeciente”, se convierte en víctima y perpetrador de la más arrebatada fascinación por las mujeres.

En este relato compuesto en el siglo XI, convive la libertad sexual de los protagonistas con la mesura en las citas entre hombres y mujeres, donde habitualmente se interponían una serie de biombos y cortinas llamadas kichó, que impedían incluso el contacto visual. El deseo no estaba en el cuerpo físico, que sólo generaba aversión en una sociedad que rechazaba la desnudez. En muchas ocasiones los caballeros desconocían el aspecto de la dama a la que habían ido a visitar. No podían verlas y muchísimo menos tocarlas. Las admiraban a la distancia; las deseaban a través de paredes de papel.

Tanizaki tradujo el Genji al japonés moderno nueve siglos después de su publicación. Ambos autores hilvanaron a sus personajes con deseos urgentes, cambiantes, impacientes y perversos.

Dolores nos rodea con ciudades erguidas en hilos de oro y de plata, materiales causantes de fiebres y deseos desmedidos, como aquellas ciudades soñadas e imaginarias que enloquecieron a tantos hombres que atravesaron el Amazonas sólo para encontrar su muerte. El obstáculo nuevamente ante el objeto del deseo, una consecución impedida que es al mismo tiempo la condición de su existencia.

La sensualidad es inherente a estas ciudades fantasmales. Se revela en sus reflejos profundos sumidos en un universo de sombras, deliberadamente creado a partir de un espacio vacío. Dolores promueve a través de sus obras una exaltación del deseo que está por encima de su satisfacción. Nos invita a un estado de deseo permanente, porque quizás, el temor último del deseo sea saciarse.

Evelyn Marquez

 

«Fragmentos urbanos». Dolores Casares
Pabellón 4 Arte Contemporáneo, Ramírez de Velasco 556

 

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