El esoterismo ocupa un lugar relevante en la Bienal, al punto de que la exhibición se abre en el Pabellón Central con la presentación de las pinturas  originales del psicólogo Carl Gustav Jung. Desde pequeño Jung experimentó  sueños, visiones y fantasías de toda índole. Todo comenzó cuando a los 12 años vio a Dios sentado en un trono en medio del cielo y defecando sobre la catedral de Bassel. En su vida adulta comenzó a destacarse por sus investigaciones y aportes en los campos de la psicología y la psiquiatría, dando lugar a conceptos claves como los de los arquetipos o el de inconsciente colectivo. Sin embargo, la recurrencia de sus fantasías y sus manifestaciones le hacían dudar de su bienestar mental. Autoinducido por técnicas de concentración, Jung comenzó a detallar estas visiones al estilo de los manuscritos iluminados, que luego fueron agrupados en lo que se conoce como “El libro rojo”. Esta cosmología personal fue tomando forma a lo largo de 16 años y decenas de estos dibujos originales son exhibidos en la Bienal luego de un dificultoso litigio con sus herederos.

Pero Jung no fue el único que por intermedio de sus visiones se ve inclinado hacia las prácticas artísticas. La suiza Emma Kunz descubrió que desde niña poseía habilidades paranormales, como la telepatía o la percepción extrasensorial. Interesada en la radiestesia y el uso del péndulo, comenzó a realizar complejos dibujos geométricos en hojas milimetradas y con lápices de colores, que utilizaba luego en rituales de curación con sus pacientes en los que trabajaba transformando la energía negativa.

También paradigmático y más misterioso es el caso de Hilma af Klint, quien a partir de la muerte de su hermana se interesa por el espiritualismo. Graduada en la Academia de Bellas Artes de Suecia, formó un grupo de ocultismo, y realizando prácticas como médium, recibía mensajes a través de la escritura y el dibujo automático. Es allí cuando comienza a realizar series de pinturas esotéricas, que al igual que en el caso de Kunz, sientan su base en la geometría, utilizando símbolos zodiacales y de la alquimia. Mientras para el mundo exterior Hilma era una pintura de aburridas naturalezas muertas, este tipo de obras nunca salieron a la luz cuando ella vivía, habiendo estipulado que se mantuvieran ocultas hasta 20 años después de su muerte, ocurrida en 1944. Cuando fueron reveladas se descubrió en ella a una predecesora de arte abstracto.

Otro que también escuchaba voces y conversaba con los espíritus (incluyendo el de su hermana y el de Leonardo Da Vinci) eraAugustin Lesage. Francés, nacido en 1876, dedicaba su vida al oficio de la minería, hasta que un extraño día y sin ninguna formación previa se lanzó a la pintura. “Espíritus poderosos vinieron a mí, ordenándome que dibujara y pintara, algo que yo no había hecho nunca. Sin haber visto antes un tubo de pintura, puede imaginar mi sorpresa ante esta revelación. `Pero no sé nada sobre pintar´, les dije. `No te preocupes, nosotros trabajaremos a través de tus manos´ me contestaron”, relató Lesage.

Su obra me resultó la más atrayente, poderosa e impactante de este grupo de artistas médium. Con diseños rigurosos y arquitecturas fantásticas, las pequeñísimas e infinitas figuras geométricas se asemejan a la visión por un caleidoscopio. Los colores ocres y dorados, así como la estructura ascendente de las imágenes lo aproximan a la iconografía religiosa.

El completo amateurismo de Lesage se contrapone con una técnica exquisita digna de un especialista. Dejó más de 800 obras como legado, que ya a primera vista resultan inquietantes y extremadamente atrayentes, y lo son mucho más aun al interiorizarnos en la curiosa historia que tienen detrás.

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