Hace pocos días inauguró en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta la primera gran retrospectiva del fotógrafo Marcos Zimmermann, cuya curaduría estuvo a cargo de otro talentoso colega, Oscar Pintor. Con cerca de 200 fotografías, la exposición recorre toda su carrera, rodeada de textos autobiográficos que enmarcan y contextualizan las obras.
La muestra está diagramada en ejes temáticos, diferenciada por franjas de colores que los delimitan, en función del tiempo y el lugar. Como si de una teoría evolutiva se tratara, nos adentramos en primer lugar en una serie de paisajes desiertos. Nada que recuerde al hombre o la civilización se sitúa en ellos. Más adelante, aparecerán los pueblos, las ciudades y sus habitantes.
En sus retratos documentales del norte argentino, Zimmermann no toma a sus sujetos como simples objetos de estudio. Les da la entidad propia que les corresponde, los desafía, dialoga con ellos y a su vez, ese diálogo nos involucra a nosotros, espectadores que de ninguna manera quedamos ajenos a ese vínculo registrado. No es que nosotros los observemos, son ellos los que nos observan a nosotros, fijamente; nos examinan y nos hacen infinidad de preguntas que no necesitamos oídos ni voz para interpretar. Nos abren las puertas de su casa y nos invitan bondadosamente a pasar y a compartir un rato con ellos en su humilde morada.
No podía faltar en esta exposición tal vez la más famosa e incómoda de las series de Zimmermann, la de los “Desnudos sudamericanos”. Cual retrato del siglo XVIII cuyos protagonistas aparecían rodeados por objetos o indumentaria que hacían alusión a su posición social y su profesión, estos hombres despojados de todo tipo de prenda de vestir, enfrentan al mundo acompañados de los atributos que corresponden a su oficio. Así nos percatamos de que estamos frente a un leñador, un mimo, un torero o un pescador. El primer filtro que tenemos al encontrarnos con un desconocido, su apariencia física mediada por telas y adornos desaparece por completo, y con ella también los prejuicios que consciente o inconscientemente pueden provocarnos.
Es curioso que en una sala apartada cuya temática es lo experimental, aparezca por primera vez el color en la muestra. Como aquellos directores de cine que al aparecer la posibilidad de filmar en colores, se aferran a la distinción y distancia que brinda el blanco y negro, de la misma forma Zimmermann elige afianzarse en esta elección estilística que deja en evidencia la construcción de la realidad que el arte genera. No es meramente la captación de un hecho real, sino un hecho seleccionado por el artista, adulterado en su forma y color; en definitiva, un artificio creado por él. Entre estas fotografías experimentales vemos un grupo de diversas plantas tomadas desde un primerísimo plano y un pequeño conjunto de fotografías tomadas a famosos, especialmente actores de teatro.
Es notable la similitud formal entre un retrato tomado a Humberto Tortonese, donde se lo ve de los hombros para arriba, y ciertas escenas pertenecientes a una de las series compuesta por paisajes de gran formato, tomados en Argentina y Uruguay. El pelo de Tortonese, flotando en el viento se asemeja a un árbol crecido de extraña manera en medio de la llanura, cuyas ramas prefirieron salirse de la norma y crecer en la horizontalidad, en vez de hacia la altura.
Los extremos de un país tan extenso como la Argentina se tocan, y el sur y el norte se hallan a metros de distancia por medio de las series que conformaron a su vez los libros editados por el artista en años precedentes. Pero no todo es naturaleza prehistórica y aparentemente virgen. Los contextos urbanos también tienen lugar en las temáticas elegidas. Un grupo de fotografías intenta captar el ánimo de la sociedad durante los oscuros años de la última dictadura militar en el semblante de los transeúntes que recorren en microcentro porteño, yendo y viniendo a sus trabajos. El hastío, la pena, una tristeza casi resignada se cuela en esas miradas, en los gestos, en los pasos cansados.
Un último grupo de obras que cierra la exposición, centrado en la actual ciudad de Buenos Aires, se caracteriza por un tratamiento muy particular de luces y sombras. Nunca vemos el paisaje urbano en su totalidad, siempre algo queda a oscuras, escapando a nuestra mirada, impidiéndonos controlarlo y captarlo todo. Elige como escenarios barrios turísticos y pintorescos, pero evitando justamente consignar cualquier tipo de pintoresquismo en su recorte visual.
Esta es una muestra no solo retrospectiva, sino netamente autobiográfica, donde acompañamos sus pasos, vemos los lugares por los que Marcos ha transitado y conocido, la gente con la que departió y visitó.
360º, la medida de una circunferencia; una vuelta al mundo; una rotación sobre el propio eje. Porque esa es una de las tareas del artista, ayudarnos a voltear para volver a cero y mirar todo como si fuera la primera vez.
Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.
De martes a domingos, Hasta el 27 de marzo
Gratis.