“Crear con lo que tenemos”, se llamó la muestra que tuvo lugar hasta el lunes pasado en el Centro Cultural Banco de Brasil (CCBB) en la ciudad de San Pablo. Con el “que tenemos” se hace referencia a elementos cercanos, próximos a nuestra cotidianeidad con los que convivimos diariamente y que, a priori, no tienen ninguna vinculación directa con las artes plásticas. Hace ya un siglo que, como recuerda el curador de la exposición Marcello Dantas, Duchamp abrió las compuertas cerradas del arte y dejó entrar en este mundo tan reducido y exquisito, a los materiales y objetos más viles, industriales y genéricos, para emponderarlos con la categoría de “objeto artístico” por el solo hecho de que la decisión del artista así lo requería.
Este fue entonces el principio aglutinador de las obras que se hallaban expuestas a lo largo de los 5 pisos del CCBB, con una selección de 12 artistas internacionales que trabajan con esculturas, instalaciones y performances.
De la misma forma en que encontramos una cierta ambigüedad en estos objetos resignificados, la ambigüedad aparece también a la hora de denominar a las piezas producidas por Pedro Reyes. Dudamos entre llamarlas “obras” o “instrumentos musicales” ya que en esto es en lo que se transformaron las 6 mil armas desmanteladas que encontramos al ingresar a la sala. Provenientes de la confiscación y el secuestro a los narcotraficantes mexicanos, estas armas fueron recicladas y convertidas en una serie de instrumentos en apariencia inofensivos. Si bien el artista cree encontrar en su nuevo formato un medio para exorcizar el daño que pudieron haber provocado estos instrumentos creados con fines homicidas, el carácter estremecedor que aun poseen no se diluye por completo, ya que se encuentran programados para comenzar a sonar en cualquier momento de forma automática y aparentemente aleatoria. El visitante se encuentra recorriendo un piano, cuando unos metros por detrás comienzan a sonar los platillos de una batería, un bombo o tañen las cuerdas de un arpa.
Lo primero que veíamos al ingresar al centro cultural era una gigantesca araña que se vislumbraba también desde los balcones de todos los pisos. En un primer acercamiento, podemos considerar que, si bien llama la atención por su tamaño, puede formar parte de la decoración de un lugar, ya que se encuentra a tono con la arquitectura del espacio. Pero cuando nos vamos acercando, percibimos que en vez de estar compuesta por pequeños cristales, como en los productos lumínicos de estas características, lo que conforman a esta araña son cientos, miles de tampones. Al subir las escaleras y observarla desde un punto de vista más alto, su forma fálica se vuelve cada vez más evidente. Este tampón gigastesco, obra de Joana Vasconcelos, artista portuguesa, irrumpe en el espacio vacío penetrándolo con su presencia insoslayable.
Lorenzo Durantini eligió como material de su obra las cintas de vhs ya en desuso. Lo que vemos expuesto es el resultado de una performance, que también se puede ver proyectada. Sobre una estructura de alambre cuelgan infinidad de cintas brillantes que se acumulan en parvas sobre el suelo. En total: el contenido de 2,216 cassettes antiguos que probablemente albergarán películas, programas de televisión, filmaciones caseras grabadas compulsivamente como una de las primeras formas que teníamos de registrar verdaderamente las cosas que sucedían, mucho más verídicamente que en una fotografía, y con la esperanza de poder reveerlos a lo largo de nuestras vidas, mostrárselos a nuestros hijos, nietos y un etcétera que hace rato que dejó de tener sentido cuando los reproductores de VHS dejaron de comercializarse ante el avance del DVD.
Dos columnas espiraladas construidas con los cassettes portadores de estas cintas enmarcan la instalación, otorgándole un uso decorativo a un producto tecnológico esencial en su origen pero envuelto hoy en día en la más absoluta obsolescencia.
Douglas Coupland invita al público a intervenir su propio autorretrato, una cabeza de casi 3 metros de altura colocada en la calle, próxima a la puerta del CCBB, recubierta de chicles mascados tanto por el artista como por cualquier transeúnte que quiera colaborar con la obra. El israelí Daniel Rozín construyó una especie de espejo compuesto por fragmentos de envoltorios y packagings diversos de productos encontrados o desechados. Si bien este espejo no devolvía la imagen del espectador que tenía enfrente, sí emulaba sus movimientos y respondía a los mismos.
El artista chino Song Dong construyó para la inauguración una maqueta de la ciudad de San Pablo, con sus respectivas calles y edificios, con golosinas, chocolates y caramelos. Tiempo antes de la finalización de la muestra, el 6 de septiembre, el público fue invitado a engullir esta ciudad dulce, de la que sólo nos queda el registro luego de haber sido consumida en su totalidad.
Lo que esta exposición deja en evidencia es que hoy en día, pocas cosas se encuentran más lejos de las actuales estrategias de creación que las antiguas librerías artísticas. La materia prima está en todos lados, a cada paso que damos, solo hace falta descubrirla y resignificarla. Una prueba más de que sin importar los años que hayan pasado, la deuda que mantienen los artistas con los fundadores del arte conceptual seguirá en pie por tiempo indefinido.