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Se llama Alberto Montt, es chileno y ecuatoriano a la vez, un poco de cada cosa. Su primer libro editado en la Argentina se llamó “Quién es Montt?”. Sus recopilaciones de las viñetas de humor gráfico nos dieron una idea al respecto, de sus chistes corrosivos y extremadamente actuales en sus temas; sabemos sobre su estilo, su forma de dibujar, su intensidad, su sarcasmo.

Pero ahora Alberto Montt nos sorprende con algo diferente: su “Libreta de viaje”, un libro con sus dibujos y pinturas editado por Orsai.

Los artistas concretos fueron quienes en la década del 40 comenzaron a revalorizar y propagar el término de Invención en las artes plásticas; se negaban a reproducir en sus obras el mundo tal cual lo veían y buscaban generar formas nuevas. Montt  inventa en este libro de pura imagen (no interrumpido por una sola línea de texto mas que las que conforman las mismas obras) su propio mundo, con sus propias leyes y colores y anatomías, seres fantásticos y escenas impracticables. Un mundo de hombres sensibles, que a corazón abierto albergan en su pecho arboles con pájaros cantores.

¿Que tiene Montt en la cabeza? Podría ser también un título válido para este libro. En la cabeza de sus personajes por lo menos, no vamos a encontrar pelo ni cerebro ni demás cuestiones biológicas; todos sus seres son coronados con un elemento desestabilizador. De su extremidad superior emergen bandadas de pájaros, ladrillos, flores, globos, peces. La cabeza se asemeja a un contenedor vacío que su creador completa con fantasías y quimeras.

Al parecer Montt gusta de la confusión y el contrapunto. Entre los diseños de líneas limpias, abundan los dibujos que se superponen unos sobre otros, dejándonos el trabajo de desentrañar donde empiezan y donde terminan los cuerpos de cada personaje, mezclados y fundidos entre sí.

La falsedad de la dualidad entre lo bueno y lo malo, entre Dios y el diablo, uno de sus temas predilectos, también se hace presente en estos dibujos. Impugnación de una moralidad establecida desde un más allá, cuando lo único que hacen los exponentes de la maldad o la bondad de la religión predominante, es tomarnos como parte del juego con que se entretienen, burlándose de nosotros.

Después de años de realizar sus trabajos sobre la computadora, Montt cuenta que volvió a enamorarse del papel y de las posibilidades que el mismo prodiga, con esa cercanía incomparable que despierta el apetito del tacto y la voracidad de la imaginación.

 

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